la ciudad de méxico discurre entre la realidad y la fantasía; mundo de yuxtaposiciones donde entidades cuerpo-rostros buscan realizar y satisfacer sus más excéntricos deseos; es gran contenedor de historias, de frustraciones, corazones rotos, placer, dolor, felicidad, tristeza, dicha y agonía. si la miras de lejos parece un océano de luces; mar que todo disuelve y sumerge en recónditas e inasequibles profundidades, en recuerdos que sólo ella guarda transfigurados en lama acumulada sobre las oscuras paredes de la catedral. todo es posible aquí, lo imposible. inerte tierra de inusual fertilidad contradictoria, la ciudad, la gran ciudad (25 millones de habitantes no es poco), de grisáceos contornos, pinta los atardeceres de morado amoniaco, sílices y verdes nacarados. espectáculo espectral: ópalos fantasmas, jardín de muertos.
camino de noche de regreso a casa. hace fío húmedo de lluvia, frío que entra al cuerpo y provoca espasmos trémulos inevitables. es la hora de mayor desplazamiento de gente, animales que imaginan ser parte de la especie más desarrollada (qué ilusos) regresan a su casa-hastío con desdibujadas miradas y ojeras negras. yo camino y observo, y me llama la atención la estentórea risotada de dos niños en harapos que juegan en la calle, se devuelven empujones, carcajadas y abrazos. felicidad inusitada, sin esperanza ni porvenir, felicidad famélica: ojos con lágrimas de risa que no esconden las de dolor. realización inédita, inmediata, real.
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